Tuesday, January 01, 2008

LA DIVINA COSTA

Un día, dos y tres días después. El primer día de todos los demás, el tercero desde la primera vez que mire atrás.

Ese día, desde el amanecer estuve bajo el eclipse de un gigante sin corazón. Tan enorme era su sombra, que parado allá, cegaba el cenit del sol; y aquí, bajo la oscuridad de su vientre abrasé sutiles formas lujuriosas, sin saber definirlas, nadando con pasión en el mar, bajo el sol de una noche sin luna, bebiendo del acogedor pecho de Venus la leche negra en la que me ahogaba, abotagado de su abundancia, satisfecho de su candidez.

Me hundí, me hundí, me hundí con el sol, acompañándolo en su agonía, caminando toda la noche bajo la luz de la luna, de espaldas al gigante, recordando los días que fueron antes del primero. Camine hasta la acogedora casa de la muerte, toque, preguntando si podría descansar allí y ella siempre gentil dijo – Claro – invitándome a pasar. Tomamos anís con té azul mientras mirábamos el amanecer en la terraza del oeste, hasta que sorbí mi último trago y dije – me podría despertar un día, cuando se desmorone el gigante, a su ultimo latido, el primer día después del ultimo. No hay problema – repuso y me guió a mis estancias; me recosté a descansar, más que satisfecho de la Láctea ambrosia de la mujer de Hefesto y soñé.